13 agosto 2012

Consejos para disfrutar 90 minutos

Antes que nada es importante comprar la entrada, como excusa para tener derecho a gritar todo tipo de puteada que se le pase por la cabeza. Luego, debe ir al estadio dispuesto a aguantar al cana que le tira el caballo encima como si usted estaría por cometer algún crimen. También tiene que saber que convivirá con seres que ante la primera queja lo mandarán a la platea o al hospital, de acuerdo a lo cuán estresante haya sido su jornada. Es fun-da-men-tal amenazar de muerte a los hinchas visitantes. Esos desgradaciados que viajaron cientos de kilómetros para tratar de festejar la victoria de su equipo. Un logro importante sería romper un pedazo de la tribuna del estadio de su club para así obtener una primitiva arma que servirá para hacerles sentir el rigor. Lo siguiente será silbar al referí y a sus asistentes. Ese vigilante del árbitro que seguramente vendrá a perjudicar a su club. Para él y los que lucen su misma pilcha, como mínimo un proyectil en la cabeza. Otro dato importante es escupir al jugador del team contrario cuando se acerque a las bandas o cuando se acomode para ejecutar un tiro de esquina. Si no sabe escupir, ceda su lugar a alguien con experiencia en el asunto. Ah, me olvidaba. Antes que todo eso, usted, si tiene un estado físico adecuado, tiene la obligación, sin motivo alguno, de subirse a lo más alto del parapelotas para demorar el arranque del match. Las bengalas o las bombas de estruendo pueden ser una buena alternativa para dar con ese imbécil del otro equipo que quiere faltarle el respeto en su propia casa. Asimismo, no deje pasar la oportunidad de putear sin fin a esa insolente visita. Así, rápidamente, pasarán esos 90 minutos con todo ese folclore tan lindo del que fue a disfrutar. Ese es el espectáculo por el que usted pagó esa popular.

Pero si quiere estar a los bostezos, vaya después del asado del domingo con su familia y amigos a gozar de un partido de fútbol. Claro, si quiere puede cantar y alentar a su equipo por un simple acto de amor. O recordar datos históricos de la institución con el tipo que está a su lado y al que acaba de conocer. O disfrute de los caños, de las gambetas, de ese '10' que la mueve como pocos, de ese '9' que se lleva todo puesto para mandarla a la gordita contra la red. Si a usted le gusta ese aburrido show, quédese en su casa, como lo hicieron desde hace más de una década los de su misma especie.

10 abril 2011

El punto negro de la ciudad

Huyendo a las necesidades que sofocan (aún más que el calor) al tercer mundo, los africanos salen a probar suerte a otro territorio tercermundista con, posiblemente, más oportunidades. Así aterrizaron en Aeroparque Ibrahim y Moussa en los primeros meses de 2008.

Ibrahim partió desde Senegal. Moussa desde Costa de Marfil. Argentina fue el punto en el que, sin hablar el mismo idioma, los dos aprendieron a entenderse y formaron una amistad. Ambos llegaron con una mano atrás y la otra adelante. Con la ansiedad de primero intentar sobrevivir; luego triunfar. Desde su llegada no pasaron inadvertidos por su color de piel. Las miradas de los porteños los hacían sentir más visitantes que River en La Bombonera. A diferencia de lo que pasaría, por ejemplo, con un español, un argentino no se da cuenta de su nacionalidad hasta que abre la boca para preguntar "Oye tío, ¿dónde está el subterráneo?".

La diferencia del senegalés respecto al marfileño era poseer un talento para explotarlo. Ibrahim Balde eligió ser futbolista, una de las profesiones más rentables del planeta. Había preparado los botines y los pantalones cortos para venir a jugar a Vélez Sarfield. En su currículum resaltaba ser un potente delantero que se llevaría todo por delante. Balde rápidamente se ganó el cariño de sus compañeros del club. Fue bautizado como La Pantera y más allá de que, según él mismo lo dijera en una entrevista, una vez un loco en un tren le mostró la imagen de Adolf Hitler, empezó a enamorarse de Argentina.

Lo de Moussa fue diferente. Nadie le tomó el suficiente cariño como para apodarlo, así que para argentinizarse se autonombró Alejandro. De fútbol no tenía demasiada idea. Mucho tiempo antes de andar por estos pagos, a Moussa le atraía la zurda mágica de Diego Armando Maradona y la potencia goleadora de Gabriel Batistuta. Eso era todo lo que sabía de este pedazo de tierra. Sin embargo no demoró en probar el asado argentino, el dulce de leche y la belleza femenina de la que tan bien se habla en el globo. Eso sí, en un abrir y cerrar de ojos se quedó sin un peso. Pero las madres no dejan de ser madres en todo el mundo y la suya no era la excepción: le mandó 500 euros para que empiece a transpirar la camiseta.

Así, Moussa invirtió el dinero en comprar algunas joyas en el barrio porteño de Once. Estuvo algo más de seis meses en Buenos Aires para después salir a probar suerte en otros puntos. En todo este tiempo sufrió el frío de Bariloche y las coimas en la costas de Necochea. También anduvo por Rosario y Carlos Paz. Estuvo dos veces preso con la suerte de que pudo alertar a su padre, residente en Francia, y éste le pagó un abogado para que defendiera su libertad. "Me agarró la AFIP -Administración Federal de Ingresos Públicos- por los unos relojes", recuerda. Su último destino fue Tucumán.

Mientras tanto, Balde seguía dando entrevistas y hasta fue el protagonista de una nota del diario español AS. Pero, hasta el momento, era tan sólo era una promesa incumplicada. No había roto ninguna red. Claro que nada lo detenía en su ambicioso plan. Confesaba que quería ganar "mucha plata" para ayudar a sus padres que lo habían bancado durante algo más de 18 años. Su carrera recién comenzaba pero iba demasiado lenta. Todo lo opuesto a lo que señalaban sus cartas: velocidad y potencia africana.

Caminando poco más de cinco cuadras desde el microcentro de San Miguel de Tucumán hacia el sur se encuentra el barrio El Bajo. En ese mismo punto de la ciudad convergen borrachos, cines pornos, prostitutas, estafadores, ladrones y comerciantes preparados para atraer a los deambulantes habituales. En El Bajo las calles son angostas y los restos de unas vías evidencian que alguna vez por allí pasó uno de los tantos trenes ya desaparecidos. En esta zona comercial no se encuentra la boutique de Dolce & Gabbana. Tampoco hay un Mc Donalds o un Burger King. El paisaje es otro. La guaracha suena a más no poder, los taxis rurales complican el tránsito, las gitanas buscan manos para ser leídas y los turistas que preguntan perdidos cómo llegar a la Casa Histórica. En medio de toda esa diversidad está Africa.

Los africanos supieron adaptarse (otra no les quedaba) al lugar y pusieron sus propios emprendimientos comerciales. Dos senegaleses venden anillos y pulseras "de oro", según dicen ellos. Otro liquida gorras impulsadas en el mercado por Daddy Yankee. La pequeña empresa de Moussa es diferente. Tiene una amplia gama de chucherías de acero y alpaca, además de las billeteras y los relojes de pulsera. Posee la mesa más grande por lo que llama mucho más la atención de los potenciales compradores de la calle Charcas.

Moussa, que hace unos meses cumplió 28 años, no perdió mucho tiempo. Se puso de novio con una tucumana estudiante de abogacía. Hasta el día de hoy convive con ella y es una guía para este africano que nunca encontró un rumbo. Ni siquiera sabe la dirección de su departamento. "Sólo sé que tengo que tengo que caminar como seis cuadras por ahí", comenta mientras dirige su dedo hacia la avenida Nicolás Avellaneda.

El venido del país de Didier Drogba mide un poco más de 180 centímetros. Su cabeza está totalmente rapada. Parece aún más alto por su contextura delgada, típica de los africanos. Viste una jean oscuro, una imitación de chomba Lacoste y unas zapatillas Pumas (truchas también). Su relato es confuso. No recuerda bien las fechas y los lugares donde estuvo. Le tiraron un dato de unas fiestas patronales pero no pudo memorizarla. Así de raro fue todo desde que pisó suelo argento. Extraña a Elia, su "mejor amiga", su hermana. Chatear todos los días con su familia provoca que se le aflojen las piernas. Pero aún no encuentra razón para pegar la vuelta. Sus palabras demuestran una duda constante: "Mirá -dice con todo aporteñado-, yo en realidad quería estudiar Informática. Soy bueno en eso. Pero ahora estoy acá y no puedo hacerlo. Algún día quiero volver a mi país".

Mientras tanto la gente se acerca, mira y se va. La mañana empieza a moverse. El oportunismo del vendedor argentino se apodera obligadamente de Moussa: "Esa pulsera cuesta 20 pero te puedo hacer rebaja", le oferta a una señora. En los mejores días se lleva en su bolsillo $120. Pero la suerte cambió. En una hora ya vendió la mitad de su mejor recaudación.

Para ese momento, la presencia del cronista empezaba a inquietar a la cuadra. Un matón se acercó y le preguntó "¿Todo bien, "Mama Africa"?. El protagonista le da la mano y le confirma que todo está bajo control. Luego se acerca uno de los senegaleses, Omar, para verificar que no esté pasando nada malo. La respuesta de Moussa vuelve a ser la misma.

Ya era casi el mediodía y era la hora de dejar a Moussa no sin antes preguntarle de su amigo fútbolista. "¿Ibrahim? -contesta-. No lo vi más. Creo que está en el Atlético de Madrid y es millonario". Error, Balde está en Soria, en el Numancia, y tiene menos apariciones que un tercer arquero. Al protagonista le pasaron otro dato confuso. Tan confuso como su andar por estos lados.

16 septiembre 2010

La amplitud de una carrera

Un compañero, amigo y colega tuvo una breve charla con un taxista pero la misma dejó en evidencia lo anónima que es nuestra carrera:

Tachero: "¿Qué estudias, amigo?"
Estudiante: "comunicación..."
Tachero: "ah mirá vos, qué copado. Yo tengo un teléfono en mi casa que no funciona, quizas me lo podés revisar".